Novela sobre la violencia
Con la inevitable -aunque ambigua y desigual- exposición de los efectos de la violencia partidista que vivió Colombia durante las décadas del 50 y 60 (el hecho socio-político e histórico más impactante que ha vivido el país en este siglo), surgió en la literatura colombiana una tradición de escritura que se inicia como puro testimonio y logra con el tiempo afianzarse como una opción estética en la que la fuerza de lo temático va dando paso a la elaboración de obras de gran alcance y valor artísticos.
Quizás, como se verá en el caso de García Márquez, la evolución misma de la novela sobre la violencia se explique por la conjunción de dos factores: de un lado la imposibilidad (dado el choque tan fuerte que significó este periodo de violencia) de sustraerse a los vientos de la historia y de la realidad social (es de anotar que nunca antes en un periodo tan corto: veinte años, entre 1946 y 1966, se hayan producido tantas novelas en Colombia: un total aproximado de 70), y, de otro, el grado de preparación con que contaban los escritores colombianos para asumir ese reto. Cuando la preparación no era sólida, se produjeron crónicas y testimonios periodísticos sin mayor valor estético; cuando la disposición era, en cambio, firme, se lograron obras de mayor alcance (hasta el caso extraordinario de Cien años de soledad que puede verse, desde esta óptica, como el culmen de dicha evolución). Un tercer factor suele estar implicado: la distancia temporal con los hechos. Primeros libros como El 9 de abril (1951) de Pedro Gómez Correa, Viernes 9 (1953), de Ignacio Gómez Dávila o El Monstruo (1955) de Carlos H. Pareja, son apenas crónicas y recuentos de muertos y masacres.

Pero la resonancia de la violencia trasciende los límites temporales y se cuela en la producción más reciente. Se siguen escribiendo muchas novelas que giran al rededor de esta temática, con mayor o menor fortuna. Para recordar dos novelas que han trascendido: Cóndores no entierran todos los días (1972) de Gustavo Alvarez Gardeazábal y Años de fuga (1979) de Plinio Apuleyo Mendoza.
A medida que el tiempo avanza, la violencia cambia de modalidad y de espacios. A la violencia partidista sigue la violencia guerrillera de los sesenta y setenta y luego la del narcotráfico de los años ochenta y noventa. A estas violencias también se les trata en la novelística colombiana. Para citar apenas dos ejemplos: las obras de Arturo Alape que se centran en la violencia guerrillera (de las cuales Las muertes de Tirofijo, volumen de relatos, es una de las mas importantes) y la novela reciente La Virgen de los sicarios (1994) de Fernando Mejía, que trata sobre el complejo fenómeno de la violencia en las calles de la ciudad. En síntesis, la novela de la violencia se constituye en tradición en la literatura colombiana y en paradigma de una producción que en adelante no podrá retraerse de sus resonancias.
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